21 May, 2019

17 años los que tenía cuando salió de Pomaire, en su añorada Chile. 17 años los que lleva fuera de ella. Sola, siempre sola. Añorando familia, a la hija que dejó al cuidado de una tía abuela, octogenaria, y de unos padres de antiguas costumbres. Añorando, añorando.
Y aquella mañana, mientras ponía agua caliente en el “florero”, volcaba unas cucharadas de azúcar en la yerba y cogía entre sus manos con delicadeza la bombilla, recordaba con añoranza los primeros días de aquel curso que le abrió las puertas a lo que hoy es su trabajo. Igual que el mate, del que muchos dicen que tiene poderes cicatrizantes y estimulantes, para ella ha sido cicatrizante y estimulante, después de 17 años, sola, siempre sola, ser capaz de, durante largos siete meses, acudir puntualmente a clase, formarse, adquirir conocimientos.
Ahora se levanta cada mañana temprano, coge el autobús que la traslada al centro de esa ciudad que se le antojaba tan extraña y hostil cuando llegó, y con una sonrisa sentida atraviesa la puerta de la residencia de mayores. Un nuevo día comienza. Acompañada, ahora acompañada.
Estas son las cosas que dan sentido a nuestro trabajo. Gracias Agustina.