Marce Masa – Coordinador de Impacto y  Estrategia de EDE Fundazioa

 

Las palabras tienen también su propio ciclo de vida. Nacen, crecen, se reproducen y desaparecen. Y también las palabras tienen su propia cadena trófica: con transferencias semánticas entre unas y otras, alimentando nuestra memoria individual y colectiva, dando forma a nuestras ideas, emociones y razonamientos, convirtiéndonos en el “animal que habla” que nos descubrió Aristóteles.

Dentro de este mundo simbólico, hay algunas palabras que presentan una peculiaridad en su ciclo de vida: nacen con la esperanza de que su crecimiento y reproducción alimente al máximo número posible de receptores. Y cuando esa esperanza de amplificación de la palabra se hace realidad, una vez apropiada por los espacios de poder -político, académico, económico, …-, paradójicamente la propia palabra comienza a perder valor o, al menos, a atenuar su cualidad esperanzadora.

Pensemos por un momento en el ciclo de vida de palabras tan relevantes como “libertad”, “igualdad” y “fraternidad” (la gran olvidada de la tríada, todavía con una amplia vida por delante). Están ahí, constituyen los pilares de nuestro contrato social, forman parte de nuestro paisaje lingüístico compartido de convenciones sociales, y tan sólo nos damos cuenta de su importancia cuando las palabras corren el riesgo de desaparecer. Y es cuando, con mayor o menor energía, se hace lo posible por mantenerlas vivas, insuflándolas oxígeno a través de algún prefijo (‘neo’), de algún substantivo (‘de género’), de alguna actualización (‘sororidad’).

De más reciente cuño, puede que la palabra “sostenibilidad”, con sus objetivos y su agenda, también esté dando los primeros síntomas de agotamiento en su ciclo de vida, sin duda exitoso si atendemos a la creación de un amplio ecosistema de receptores, entre ellos también los localizados en los espacios de poder -político, académico, económico, …-.

Y la innovación social tampoco está exenta de estos “riesgos de uso” a lo largo de su ciclo de vida: desde su nacimiento hace algo más de cuatro décadas, su crecimiento y reproducción viene estando ligados no tanto a la definición de la palabra “innovación” como a la intrínseca polisemia y complejidad de la palabra que conforma la pareja: “social”. Vienen existiendo tantas interpretaciones de lo que se considera innovación social como interpretaciones de lo que se considera “lo social”.

Pero mientras no haya una palabra mejor, desde EDE Fundazioa nos consideramos un agente de la innovación social si por la misma se entiende cualquier solución o respuesta innovadora (nueva o mejorada de productos, servicios, procedimientos) que trata de dar respuesta (resolver y/o aliviar) a nuevas necesidades/demandas sociales, -las cuales afectan, principal, pero no exclusivamente, a personas y grupos sociales vulnerables-, que en su aplicación práctica son capaces de transformar el marco de relaciones sociales existentes hasta ese momento, y que, por último, no ha sido abordada completamente, ni por el mercado ni por las instituciones.

El pasado 21 de abril se ha celebrado el Día Mundial de la Creatividad y la Innovación, designado por las Naciones Unidas con el fin de concienciar del papel que juegan ambas en la solución de los problemas y, por extensión, en el desarrollo económico, social y sostenible de las personas. Desde EDE Fundazioa queremos seguir contribuyendo en esta apuesta por la innovación social pues la misma impulsa la visión de cambio de nuestra organización; esto es, la construcción de una sociedad sostenible, que cuida el planeta y cuida e incluye a todas las personas, diversas e iguales en derechos, construida corresponsablemente desde la participación y al servicio del bien común.

La Young Foundation o la Red Social Innovation son, entre otros, ejemplos de referencia que permiten conocer proyectos concretos de innovación social existentes en este momento. Uno de ellos es PLAZA, un ambicioso proyecto de innovación social que renueva por dentro y por fuera la que ha venido siendo la sede central de EDE Fundazioa en la calle Simón Bolívar de Bilbao. Activado desde el año 2021, se trata de un proyecto catalizador de nuevas respuestas en el ámbito social, basado en el trabajo en equipo, la innovación, la cooperación y el compromiso, que empezará a dar sus frutos a primeros de 2025.

El proyecto PLAZA es la expresión más evidente que la búsqueda de la innovación social está en el ADN de EDE Fundazioa como organización, pues, como señala recientemente Kristen Ghodsee, nos permite “pensar en cómo traducir esas maravillosas fantasías a nuestra propias utopías cotidianas.”[1] Y mientras no haya palabra mejor, … seguiremos impulsando la innovación social, en mayor o menor grado, en nuestras distintas actividades como organización al permitirnos seguir soñando con que impactamos en esas utopías cotidianas.

[1] Kristen Ghodsee. Utopías cotidianas. Capitán Swing. Madrid, 2024.