Raquel Barcenilla – EDE Intervención Social

 

Los más jóvenes puede que no recuerden, o incluso que no hayan escuchado nunca, esta desdibujada y confusa canción de los míticos “No me pises que llevo chanclas”. Corría el año 1996. Para quienes en aquella época escuchábamos Los 40 Principales, (ahora escuchamos los 40 Classic y, para nosotros, Quevedo siempre será el de “El buscón”) no nos pasa inadvertida (o sí) la sutil referencia que su letra hace al tema que hoy nos reúne alrededor de este artículo: La familia.

Familia. Quizás sea una de las palabras más bonitas de nuestro idioma junto con Euromillón; aunque puede que no todos tengamos el mismo concepto de lo que es una familia o de lo que ésta representa. Para Pepe Isbert, el abuelo de “La gran familia”, (el de Cheeeencho, Cheeeencho), era quince nietos y supongo que un dineral en pagas dominicales. Para Dexter, mi psicópata favorito (y no soy la única, buena gente en el fondo) ser parte de una familia significa “sonreír en las fotos”.

Lo que es verdad es que existen muchas y diferentes clases de familias. Están “las de siempre”, las familias “tipo”. familia nuclear, familia extensa, familia monoparental… y podemos encontrar otras más ¿curiosas? como la familia agotada, la familia serena, la familia acordeón, la familia de cocrianza… Hasta 32 tipos he leído; clasificación que supongo responde a la benévola intención de que en esta sociedad tan cambiante y tan poco homogénea nadie se ofenda por sentirse excluido. No puede ser algo tan complicado. Puestos a no ofender a nadie, a mí me han faltado algunas casuísticas dentro de esa categoría de “tipos de familia”. Familia motera, familia patrulla canina, familia preocupoide… Se me ocurren un montón de “otros locos tipos”.

En lo que quizás sí estemos de acuerdo, es en lo que ésta nos aporta: un sentimiento de pertenencia. La familia nos da el ¿de dónde venimos? y nos predispone o nos influye, (en cierta manera), el ¿a dónde vamos?

Yo, puestos a elegir, me vais a perdonar pero ni de la de los Corleone, ni de la de los Addams, ni de la de los Ingalls; (para esos jóvenes de antes; a estos últimos los descubriréis en la trasnochada serie “La casa de la pradera”), yo me quedo con la mía, con sus muchas virtudes y sus defectillos. Espero que también vosotros, elijáis la vuestra.

¡Ah! Le he preguntado a mi hijo, seis añitos, qué es para él la familia. Me ha contestado: amor. No era tan complicado (…) le dije yo a la vieja.