Miradas
Alex Carrascosa – Desarrollo de organizaciones y de profesionales

 

Una crisis es la alteración de un orden determinado. Ante ella, somos conscientes de su consecuencia —la desestabilización— y de la solución —el restablecimiento de un supuesto equilibrio—. Sin embargo, una lectura que considere únicamente consecuencia y solución, pero no aborde posibles causas, es del todo insuficiente. Aparejado a sus efectos incómodos, una crisis siempre trae consigo un desafío: la evolución sobre el orden precedente.

De un día para otro, el COVID-19 nos ha sumido en el caos sanitario, social y económico. Inesperadamente, «un virus ignoto —explica ‘Bifo’ Berardi— ha bloqueado el funcionamiento abstracto de la economía, de la máquina, porque ha sustraído de ella los cuerpos.» Y es que el virus afecta a cada persona, desviando la mirada de los sistemas abstractos que las personas creamos —el mercado financiero, el mercado laboral, la movilidad, etc.— y enfocándola en cada individuo, en su estado de salud y su necesidad de atención.

Consecuentemente, la actual crisis sociosanitaria plantea un nuevo juego de equilibrios, un orden de prioridades diferente al hasta ahora vigente. Lo observamos desde una perspectiva ‘macro’, ‘meso’ y ‘micro’:

La esfera ‘macro’ implica a las regiones, los organismos internacionales y las acciones emprendidas. De algún modo, estamos experimentando un ‘dominó’ de enseñanzas globales. Asia muestra a Europa su capacidad de coordinación, autodisciplina y contención eficaz; y Europa muestra a América el derecho universal a la atención médica y la conveniencia de un sistema público de salud. Respecto a las medidas adoptadas en Asia —especialmente por los Cuatro Dragones (Corea del Sur, Hong Kong, Singapur y Taiwán)— cabe destacar tres preventivas: restricciones de viajes; protocolos de higiene, distanciamiento y confinamiento; y test de diagnóstico; y dos proventivas (o basadas en provisiones de información): concienciación ciudadana a partir de datos y métricas concretas, y cuarentenas entre positivos localizados y población cercana. Si bien, como critica Byung-Chul Han, estas últimas han sido posibles gracias a la vigilancia digital, aceptada en aquellos países, pero difícilmente entendible por la ciudadanía europea.

La esfera ‘meso’ afecta a las administraciones estatales, autonómicas o locales. En este ámbito, la autoridad en la gestión, tanto técnica como moral y/o normativa, se ha desplazado al Sistema Sanitario. Y mientras, los otros Sistemas de Protección Social sirven de escollera al feroz embate de esta crisis.

Y, en la esfera micro, reforzando el rompeolas, intervienen el Tercer Sector Social y el tejido ciudadano. Desde la sociedad se viralizan los cuidados dentro y fuera de los hogares. Espontáneamente, se habilitan redes presenciales y digitales de servicio intervecinal. Comunidades de emprendimiento y making cocrean artículos de primera necesidad, e industrias adaptan sus cadenas al ensamblaje de aparatos médicos, sin dependencia de proveedores externos y lejanos. Sanitarias de la comunicación contrastan y previenen la infodemia o epidemia de noticias inexactas, falsas y tóxicas. Personas de todos los rincones organizan sesiones planetarias de mindfulness vía Zoom. Ventanas y balcones son ahora los escenarios de la expresión colectiva, de celebración, y también de protesta.

El coronavirus nos reta a un cambio de paradigma: del productivismo a la economía de los cuidados. Pero, ¿cómo? Mediante la incorporación de éstos y otros aprendizajes. Primero, en el plano global, universalizando el derecho a la salud y las medidas sociosanitarias bajo el liderazgo de la OMS. Segundo, en el plano institucional, reforzando el sistema sanitario y su autonomía de recursos, y optimizando su coordinación con los demás sistemas de protección; y de ahí, proveyendo información veraz y científica con uso de datos sin abuso del derecho a la intimidad —pues se trata, en definitiva, de velar por el equilibrio de y entre todos los derechos—. Y tercero, en el plano social, adoptando, de forma consciente, consecuente y madura, medidas de corresponsabilidad y protección mutua, sin necesidad de coerción policial ni delación vecinal; y adaptando los usos y costumbres hacia la soberanía alimentaria, energética y tecnológica, y hacia un modelo de gobernanza compartida, cómplice y æfectiva, esto es, rica en afectos y efectos.