Miradas
Raquel Barcenilla – Zaintzea, Centro municipal de apoyo a familiares cuidadores de Bilbao

 

Me gustaría saber qué opinión le merecía a un premio nobel como Gabriel García Márquez el tema de la soledad; era creo, un entendido…

El miedo a la soledad constituye uno de los temores más arraigados en el ser humano. Si la especie humana ha conseguido (hemos conseguido) sobrevivir y evolucionar es gracias, entre otras cosas, a que somos seres sociales. Vivir en sociedad nos permite cubrir una serie de necesidades que solo en esa condición, solo con compañía podemos alcanzar. Las personas, nos guste o no, dependemos unas de otras y nos necesitamos y es gracias ese contacto con otros semejantes que vamos progresando y creciendo.

Pero todo el mundo (y quien diga que no, miente), en algún momento de su vida se ha sentido en soledad o bien por la circunstancia de estar solo o sola, sin compañía, o bien identificado con un sentimiento de tristeza y/o melancolía. Casi un 20% de las personas declara sentirse sola en su entorno social. Y esto parece difícil en pleno siglo XXI en el que todas y todos estamos “conectados” través de Internet, de las redes sociales y los teléfonos móviles, algo que en realidad se puede traducir en una falsa sensación de compañía, pero aun así ese porcentaje existe y lo que es peor, crece. Sentirse solo, sentirse sola, es un sentimiento íntimo, privado y totalmente subjetivo.

Existen varios colectivos que son más vulnerables a esa soledad, entre ellos: las mujeres, las viudas y las personas mayores; y las mujeres viudas mayores. Soledad es nombre de mujer.

¿Hay que demonizar entonces a la soledad? No es negativa aquella soledad que, a veces, buscamos y deseamos; la que nos permite un momento con nosotros, con nosotras mismas para un trabajo íntimo de introspección y para entender mejor quienes somos. Es mala aquella de la que nos queremos librar y no somos capaces. Esta se convierte en un dolor profundo que nos hiere por dentro. Es un sentimiento que deja el alma hecha jirones, destartalada. Esta no la buscamos, y mucho menos la deseamos.

 

¿Y qué podemos hacer para “luchar” contra la soledad?

Ahí van dos propuestas bien diferentes. La primera se centra en ser proactivo/a porque a pesar de lo conectados que estamos en este siglo, (y por mucho que Jeff se esfuerce en hacernos creer que si existe, él lo tiene en Amazon), no se trata de buenas intenciones, sino de buenas acciones como: organizar actividades con grupos que compartan nuestros mismos intereses y gustos; tomar la iniciativa para entablar nuevas relaciones; evitar encerrarse en uno mismo, en una misma y salir del papel de víctimas. Y qué tal ¿una mascota? La posibilidad de cambiar siempre está a la vuelta de la esquina, siempre que exista una motivación y se ponga empeño.

Y la segunda propuesta es una invitación para una reflexión que ya os adelanto que no es sencilla… ¿por qué no dar un paso más para educarnos, desde la infancia, en estrategias para obtener aquellas herramientas o recursos que nos permitan aprender a ¿gestionar? esa soledad o incluso a llevarnos bien o medio bien con ella? Jorge Drexler, propone en su tema “Soledad” que: “nos vayamos conociendo”. Puede que no sea una idea muy descabellada. Fácil seguro que no, pero la pregunta importante es ¿estás dispuesto, estás dispuesta a intentarlo?

 

Por cierto, creo que ya sé qué opinión le merecía a Gabriel García Márquez el tema de la soledad. En su libro, en una de sus casi 500 páginas, escribió: “El secreto de una buena vejez no es otra cosa que un pacto honrado con la soledad